Los gobernantes tienen en sus manos una oportunidad histórica: hacer de la pista aérea en la capital de los antioqueños un lugar de conectividad ecológica y disfrute ciudadano.
Las ciudades son un área geográfica altamente conurbada con la presencia de un número significativo de personas, comercio, industrias, bienes y servicios donde la constante es el desarrollo. Son, además, el lugar donde se materializan las oportunidades para muchos, el sitio de los sueños de otros y la expectativa de mejorar la calidad de vida. En ese sentido, se ha concluido que su consolidación se debe a coyunturas sociales y económicas en donde la planeación no ha sido una prioridad en el origen de estas.
Ahora bien, una vez se han afianzado como un punto de trascendencia para muchos actores, toma relevancia la necesidad de planear su crecimiento, que es inevitable debido a las dinámicas naturales del desarrollo, teniendo presente que, hoy en día, las regulaciones normativas van más lentas que los cambios y las realidades de los territorios. Justamente, esto último genera presiones a la hora de fortalecer metrópolis inteligentes, sostenibles e incluyentes, con las que se lograrían escenarios dispuestos para el disfrute de las personas, indistintamente de las estratificaciones sociales presentes en las regiones.
Muchas de las dificultades en las urbes, en términos ambientales, se centran en la generación y emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI), la degradación de la calidad del aire, el incremento del ruido, la generación de altas cantidades de residuos sólidos, el agotamiento y la contaminación del recurso hídrico y la alteración de la conectividad ecológica y funcional.
Sin embargo, nuestras metrópolis demandan cada día más infraestructura pública y privada y, principalmente, zonas verdes que permitan el sostenimiento ambiental y la conservación de la fauna, flora y de espacios de convivencia para los habitantes.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomiendan proporciones de entre 10 y 15 metros cuadrados por habitante. Pero con las realidades de las ciudades colombianas, ni siquiera llegamos a 4,5 metros cuadrados. He ahí la necesidad de que los gobiernos locales, departamentales y el nacional busquen estrategias que permitan recuperar, disponer o crear sitios para todos.
“Para cumplir con su rol cívico, los espacios públicos deben ser incluyentes, conectados, seguros y accesibles”. (ONU HABITAT 2018)
En América Latina hay experiencias que pueden servir como referencia. En México, por ejemplo, a nivel federal existen diversos proyectos impulsados por la Secretaría de Desarrollo Social. Uno es el programa de rescate de espacios públicos, que está encaminado a recuperar lugares en condición de deterioro o inseguridad para que la población se apropie de ellos cuando estén en mejores condiciones. En el caso de Chile, está el programa ‘Quiero Mi Barrio’, con el que se ha generado una “activación comunitaria”, a través del mejoramiento de la infraestructura de los barrios marginados.
A nivel local, una muestra es lo que sucedió en Medellín con Parques del Río, donde una vía de alta circulación fue soterrada para construir en la parte superior un parque que bordea el río y que hoy en día está para el disfrute de la gente. Pero no es suficiente.
El proyecto necesario, oportuno e ideal para un territorio como el área metropolitana del Valle de Aburrá, del que hacen parte 10 municipios, suman 1.157 kilómetros cuadrados, y cuenta con una población aproximada de 4’100.000 habitantes –lo que representa el 65% de la población de Antioquia- es la construcción de un parque central, y amplio, como existe en Nueva York, que permita tener más de un millón de metros cuadrados de espacio público, aumentando en 0,5 metros cuadrados el promedio de la extensión per cápita de la región.
Infortunadamente, las distorsiones locales han puesto en entredicho una necesidad social, con la que se podría recuperar mucho de lo que se ha perdido en términos ambientales, debido al acelerado desarrollo de las ciudades.
En manos del Gobierno Nacional está la posibilidad de hacer una transformación histórica en el país. Incluso podría convertirse en un referente latinoamericano, si le apuesta a que una pista aérea en la capital de los antioqueños pase de ser un sitio de conexión aérea a uno de conectividad ecológica, pues allí se podría sembrar un bosque urbano con el que, en cuestión de años, lograríamos tener un nuevo ecosistema, dando lugar a la posibilidad de declararse un Área Urbana Protegida creada por las autoridades gubernamentales. Este es tan solo un ejemplo de las apuestas que podríamos proponer a nivel nacional.
Las experiencias internacionales han logrado demostrar que los sitios públicos, acompañados de zonas verdes, reducen los niveles de violencia y mejoran la convivencia.
De acuerdo con “una investigación realizada por las universidades de Meryland, Virginia y Cornell, que apareció en la Revista Internacional de Investigación Ambiental y Salud Pública “los espacios verdes, correctamente diseñados y gestionados tiene el potencial de reducir los delitos violentos”. Citado por (TYS MAG s.f.)
Y este es un reto que debería ser prioridad en los actuales y futuros gobiernos en Colombia, pues estamos sedientos de noticias positivas y políticas públicas encaminadas a la toma de decisiones ambientales responsables que, además, estén pensadas para el bienestar de la fauna, la flora y las personas, a través de parches verdes en la ciudad que, en últimas, se traducen en pulmones para la vida.
De acuerdo con la Conferencias Future Place I, II, III de 2018: “Los espacios públicos y los edificios de las ciudades y los asentamientos humanos tienen que ser social, económica y ambientalmente sostenibles. La sostenibilidad social requiere la seguridad, la salud pública, la equidad y la justicia para todos los miembros de la sociedad. La sostenibilidad económica requiere de capital equilibrado y presupuestos de operación, y de políticas y prácticas asequibles, pero robustas. La sostenibilidad ambiental requiere menor energía y huella ecológica per cápita para reducir el cambio climático y las islas de calor urbana, y promover desarrollo urbano resiliente y eficiente con el uso de recursos”. (ONU HÁBITAT 2018)
La infraestructura existente, que consideramos imprescindible para la competitividad del territorio, siempre se podrá replantear, reubicar y cumplir mejores propósitos, pues las adecuaciones ambientales son necesarias e inaplazables para la sostenibilidad y la supervivencia humana. Me sueño un país más amigable con el medio ambiente y arriesgado en relación con los cambios positivos. Y tú, ¿cómo te lo sueñas?
Esta columna fue publicada originalmente en la Revista Semana: ¿Cómo ganar un bosque urbano para todos?