Colombia cuenta con el 10 por ciento de la biodiversidad del planeta, pero está amenazada por el cuarto delito que más dinero mueve en el mundo: el tráfico de fauna silvestre.
Pasarán años para obtener una respuesta sobre las verdaderas causas que dieron origen a un virus que nos sumergió en una pandemia.
Sin embargo, es posible que este sea derivado de la intervención antrópica, el consumo o contacto directo con animales silvestres, pues estos cuentan con agentes patógenos que al tocar a los humanos pueden ser mortales. Para hacernos una idea de esta relación, basta con mencionar enfermedades como la toxoplasmosis, el ébola, la rabia, leptospirosis y el SARS, entre muchas otras.
Colombia tiene una superficie total de 2.070.408 km², repartidos en un área continental de 1.141.748 km² y una marítima de 930.000 km², donde cerca de 31 millones de hectáreas son protegidas y en las que hay más de 56.543 especies registradas, lo que hace que el país ocupe el segundo lugar a nivel mundial en biodiversidad.
Contamos con una riqueza natural que nos debe llenar de orgullo: somos el país con más ejemplares de aves en el mundo; ocupamos el segundo puesto en número de anfibios, mariposas y peces de agua dulce; ostentamos la tercera posición en tipos de reptiles y el cuarto en mamíferos. Nuestro territorio cuenta prácticamente con el 10% de la biodiversidad del planeta. Además, contamos con grandes ecosistemas y algunas variedades en peligro de extinción.
Nuestros recursos deben ser cuidados, así como las personas cuidan sus patrimonios y, para ello, se hace imprescindible abordar una cruel realidad: el tráfico de fauna silvestre. Un inmueble, un vehículo, una caja, una maleta, una llanta, o cualquier cosa que nos podamos imaginar -y que es visible- puede ser parte de los instrumentos utilizados por los delincuentes para el comercio ilegal de especies. Los animales sufren cuando los “empacan” los someten a calores o fríos extremos, ruido, incomodidad o, incluso, asfixia. Contra ellos se cometen los actos más brutales con el propósito de superar los controles de la policía y las autoridades ambientales.
Es doloroso y lamentable, pero la institucionalidad es incapaz de cuidar toda nuestra riqueza natural. Es ahí cuando se requiere del compromiso de todos, más aún cuando en el negocio de fauna silvestre muchas historias terminan con la muerte del ejemplar, antes de su llegada al lugar que tienen dispuesto para su venta.
De otro lado, cuando logran ser decomisados, sus procesos de rehabilitación pueden tardar años o, incluso, nunca llegar a recuperar las competencias que les permita regresar a su hábitat natural, lo que las obliga a permanecer en cautiverio el resto de su vida y de manera controlada. Hablar del cuidado por la salud de los seres humanos es una responsabilidad social, y abordar el tráfico de fauna silvestre, como un delito ambiental transnacional, más que tener conciencia, es un acto de humanidad frente a seres sintientes.
Las tortugas hicoteas, tortugas morrocoy, iguanas, periquitos bronceados, loras comunes, cotorras chejas, ardillas, titíes grises, micos maiceros y ranas venenosas son las diez variedades más traficadas en Colombia.
Este fenómeno se da por cuatro causas principales: 1. La gente los consume como alimento. 2. Los tienen como animales de compañía, obligándolos a vivir en cautiverio, sin una alimentación e hidratación adecuada y sin permitirles mantener sus comportamientos habituales, lo que los pone en riesgo de desarrollar una neurosis que los lleve a auto-lastimarse. 3. Son utilizados como materia prima para la fabricación de bisutería, como es el caso del caparazón de las tortugas. 4. Han sido usados para rituales de magia negra, en los que terminan torturados y asesinados.
El tráfico de fauna silvestre es el cuarto delito que más dinero mueve en el mundo -cerca de 23 billones de dólares al año-, después del narcotráfico, la venta ilegal de armas y la trata de personas, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Además, de las incalculables consecuencias ambientales, dado que cada especie del planeta cumple un propósito en los ecosistemas, generando un equilibrio perfecto.
Un ejemplo de ello son las aves: no solo llaman la atención de los humanos con su canto o belleza, sino que tienen una función biológica y ecológica: ser dispersoras de semillas. ¿Cómo funciona? Ellas son atraídas por algún tipo de alimento, generalmente frutos. Lo consumen y, posteriormente, excretan la semilla a una distancia variable del progenitor: es decir, cuando se alimentan y viajan dejan caer
semillas que luego se convierten en potenciales árboles. Así se podrían contar muchos casos de la importancia de cada ejemplar en los entornos naturales.
Las autoridades y los gobiernos de todo el mundo tienen el compromiso de trabajar para evitar el tráfico de fauna silvestre, con el objetivo de eliminar actos que afectan su integridad. Es una urgencia impedir la alteración y puesta en riesgo de los ecosistemas -como pueden ser las selvas del planeta, manglares, entre otros- y la generación de futuras pandemias, producto de las enfermedades que nos pueden causar el contacto o consumo de este tipo de animales.
Se dice que somos los humanos quienes razonamos, pero nuestras acciones como sociedad dejan mucho que pensar. ¡Necesitamos más conciencia ambiental con el presente y el futuro de nuestro planeta!
Esta columna fue publicada originalmente en la Revista Semana: No seamos cómplices de la tortura animal