Colombia: un país agrícola con mucha hambre
El mundo entero tiene los ojos puestos en la confrontación entre Rusia y Ucrania. Las voces del posible inicio de una guerra cada vez se escuchan con más fuerza y detrás de estas imágenes se despierta la volatilidad de los mercados, con los precios de los productos al alza, ante el probable desabastecimiento por la dificultad en la producción.
"La comida está muy cara", "el precio de la papa y la carne está por las nubes" y "la canasta familiar está disparada"; son los comentarios que se escuchan por estos días en Colombia. Y, cómo no, si la inflación durante el 2023 se mantuvo en dos dígitos.
Es ilógico que un país como el nuestro, con tierra fértil y todas las condiciones para producir comida, tenga un 54 por ciento de habitantes sin acceso a alimentos suficientes y nutritivos para satisfacer sus necesidades.
Y 554 mil niños, menores de cinco años, con desnutrición crónica, según cifras del Banco de Alimentos de Colombia y la Andi (Piñeros, 2022).
A nivel mundial el panorama no es mejor, pues cerca de 690 millones de personas –que equivalen al 8,9 por ciento del total de la población - padecen de hambre (ONU, 2015). A la par vemos cómo, diariamente, otra porción de la humanidad alimenta el voraz capitalismo, teniendo en cuenta que los bienes y servicios que adquirimos nos brindan comodidades a las que no estamos dispuestos a renunciar.
En Colombia existe un riesgo en la producción porque importamos granos, cacao, pollo, entre otros, cuando es fácil obtenerlos aquí mismo. Según la organización Greenpeace Colombia (2021), el 30 por ciento de los alimentos del país (12 millones de toneladas) son traídos del exterior.
A esto se le suma un fenómeno mundial y es que cada vez más la población rural se desplaza hacia los centros urbanos. Para el 2030, el 60% de la población estará concentrada en las ciudades, según ONU (2015), lo que significa que menos personas trabajarán en el agro.
¿Por qué sucede todo esto? Por la indiferencia. Por no mirar hacia el campo, por la ausencia de una política clara que cuide a los campesinos, por no tener vías competitivas que faciliten la cadena logística, por el pago injusto a los pequeños productores y el precario sistema de seguridad social -tanto en salud como en pensión especial- para las personas que trabajan la tierra. También, por la dependencia de insumos importados.
Hoy vemos cómo en otros lugares del mundo se aplica la transformación genética para tener cultivos altamente productivos. Sin embargo, Colombia tiene la gran posibilidad de convertirse en la despensa mundial, siendo responsable con el medioambiente.
Pero estamos perdiendo esta oportunidad competitiva.
En ese sentido, establecer unos techos para importar y exportar alimentos debe ser una política de Estado, pues la escasez de comida debe evitarse a toda costa, sobre todo en un país que tiene todas las virtudes para garantizar que sus habitantes tengan una nutrición adecuada y asequible y para hacer de la agricultura un negocio rentable y que proporcione calidad de vida a la población rural.
En cuanto a la ciudadanía, todos podemos favorecer a los pequeños productores de alimentos comprando su comida. Y, ¿por qué no pensar en ecohuertas en las ciudades?