El camino hacia la eliminación de los combustibles fósiles
Los recursos naturales son finitos y la tierra nos provee materiales que nos permiten garantizar la subsistencia. Sin embargo, es responsabilidad de todos buscar soluciones que giren alrededor de la producción y el consumo sostenible, donde la dependencia de las fuentes no renovables de energía no sean una constante en la competitividad y la transformación del territorio.
Hoy el mundo se preocupa por el cambio climático. De hecho, parte de las metas trazadas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) están enfocadas en este tema, que se abordó como uno de los principales en la conferencia de la ONU (COP26) en noviembre de 2021. En ese sentido, muchas apuestas están asociadas con migrar a tecnologías limpias y libres de emisiones. Hay evaluaciones y decisiones que debemos tener presentes antes de que esa transición sea total.
Nuestras ciudades cada día enfrentan el deterioro de la calidad del aire, resultado de las emisiones producidas por las fuentes fijas (industrias) y las fuentes móviles (automotores), sumado a factores que son externos y que escapan de la posibilidad de la gobernanza para la toma de decisiones, como son los incendios, en verano, o las inundaciones, en épocas de lluvia.
En definitiva, todas estas actividades terminan generando contaminantes -como los óxidos de Nitrógeno (NOX), óxidos de Azufre (SO2) y gases precursores de material particulado (PM2.5)- que inciden en la calidad de vida de las personas, pues su salud (especialmente la de los adultos mayores, asmáticos, mujeres en embarazo, personas con afecciones cardíacas, entre otras) podrían estar en riesgo.
La transición energética es un proceso de cambio de una forma de producción de energía a otra, e incluye fuentes de energía renovables y no renovables. Entre los cambios se encuentra el reemplazo de combustibles fósiles, como el carbón y el petróleo, por fuentes renovables, como la energía solar y la eólica. La transición de los combustibles fósiles a las fuentes renovables llevará tiempo, pero al final valdrá la pena porque es la clave para mitigar los impactos ambientales de fenómenos como el cambio climático y la contaminación del aire. (Shell, s.f.)
El alto consumo y la dependencia de los combustibles fósiles son una amenaza real, pues degradan el medio ambiente. Para hacernos una idea: representan el 66% de la electricidad generada en el mundo. Esta condición ha estimulado la búsqueda de tecnologías limpias, proponiendo –principalmente- energías renovables para enfrentar el cambio climático y anticiparnos al agotamiento de estos recursos.
La energía eólica, hidráulica y solar son algunas respuestas, pero los retos están asociados a garantizar el suministro de manera constante, económica y que cuenten con la capacidad de proveer el abastecimiento que se requiere durante 24 horas, los 365 días del año.
"Para 2030, el mundo tendrá que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 40% si quiere cumplir con los objetivos establecidos en el Acuerdo de París" (ONU - Programa para el Medio Ambiente, 2023). De lo contrario, no será posible conseguir que las emisiones de gases de efecto invernadero sean nulas para 2050.
Existen procesos para producir electricidad sin ocasionar emisiones, pero aún falta avanzar en relación con el desecho de las baterías y acumuladores que deben disponerse de manera responsable, pues son residuos posconsumo que, por sus componentes, pueden representar riesgos para la salud.
Los principales metales que contienen esos elementos son: plomo, cadmio, mercurio, níquel, litio y otras sustancias tóxicas en forma de polímeros que provocan daños graves a la salud humana y que representan una amenaza inminente para toda la fauna y la flora.
Debemos centrarnos en implementar métodos óptimos, que contaminen poco. A la vez, utilizar combustibles que no sean tan peligrosos para el medio ambiente. Sabemos que pasarán años para lograr que todo sea eléctrico o, por lo menos, con tecnologías amigables con el entorno natural.
Entre tanto, tenemos problemas con la calidad del aire y la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI), que contribuyen al cambio climático. Hay que buscar un equilibrio entre la economía y una transición energética responsable, para que cuando llegue esa transformación no estemos, simplemente, mutando las problemáticas ambientales.
Es decir: que efectivamente logremos mejorar el aire y disminuyamos las emisiones de GEI, pero con la precaución de que con este cambio no creemos nuevas dificultades por el alto consumo de baterías, que luego podrían terminar enterradas dañando la tierra y el agua.
Para cuando llegue ese momento de transformación deberíamos tener resueltos los siguientes interrogantes:
1. ¿Cómo manejar la disposición final de pilas o acumuladores de energía una vez cumplen su vida útil? Una cosa es tener procesos diseñados y otra es asegurar el compromiso de todo un planeta que utiliza baterías que pueden desbordar la capacidad institucional y privada para manejarlas correctamente.
2. ¿Cómo fabricar acumuladores económicos, óptimos, que puedan almacenar mayores capacidades de energía y que puedan ser adquiridos por cualquier persona?
3. ¿Cómo respaldar la competitividad sin poner en riesgo cualquier operación? Es decir, ¿cómo hacer, por ejemplo, que todos los vehículos sean eléctricos y tengan la capacidad para rodar, como lo hacen los convencionales, que funcionan rápidamente con solo suministrarles combustible? Esto, partiendo del hecho de que un automotor eléctrico requiere de un tiempo prolongado para recuperar su capacidad porque necesitan cargarse.
Es posible lograr sociedades donde el equilibrio haga parte de reconocer nuestro entorno natural como una oportunidad para construir a partir de él, pero con la convicción de tomar una posición que nos conduzca a que todo sea eléctrico o, incluso, compartido con otras tecnologías que no contaminen –como la energía por hidrógeno- pero reconociendo que previamente se deberá tener una transición con una canasta energética, es decir: con un poco de todas las posibilidades.