Cambiemos de papeles
En Colombia, hasta hace muy poco tiempo, en cada inicio de año era común ver personas que recorrían los barrios en camiones cargados de libros robustos de hojas delgadas, color amarillo y blanco que eran repartidos por todas las casas a medida que avanzaban por las calles.
Se trataba de la entrega de los famosos directorios telefónicos que, por fortuna, han ido desapareciendo gracias a internet. Incluso los bonos de descuento, que solíamos recortar en ese entonces, ya se pueden hallar en la web. Con esa transformación del modelo de negocio el planeta fue el gran ganador.
La materia prima para fabricar el papel es la madera, que luego es procesada con agua, químicos y mucho consumo de energía. Este ha sido parte de nuestras vidas cotidianas y es utilizado para cumplir las funciones comerciales del sector productivo, pues casi todas las actividades de la humanidad lo requieren para imprimir documentos.
Su elaboración va en aumento, pese a que actualmente la virtualidad es una gran oportunidad para disminuir su consumo: un reporte publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) (2016, pág. 186), señaló que cada año se generan 400 millones de toneladas de este material anualmente.
A nivel global, cada persona usa 55 kilogramos al año, cifra que en Norte América alcanza a cuadruplicarse (Environmental Paper Network (EPN), 2018, pág. 3).
La desconfianza ha ido consolidándose en la sociedad a lo largo del tiempo y esto ha obligado a depender de sellos estampados en los documentos, como una manera de demostrar el cumplimiento de las obligaciones y para hacer creer que una simple apostilla puede dar mayor seguridad jurídica. De hecho, se ve cómo hay gente que prefiere pagar las facturas en un punto de recaudo físico –como la oficina de un banco- porque su tranquilidad no se traduce en el acto de entregar el dinero, sino en la puesta de un sello con fecha, hora y el valor cancelado sobre el recibo.
En Colombia también se tiene la mala práctica de autenticar huellas y firmas ante un notario, cuando lo que obliga –jurídicamente hablando- es la intención de lo acordado y no un simple sello con el escudo de la república, acompañado de una grafía que indica el visto bueno del notario -que previamente cobra por algo tan innecesario-, reforzando la idea de tener que utilizar el papel como estrategia jurídica, cuando siempre se debe presumir la buena fe.
Las diversas actividades comerciales tampoco son ajenas al consumo de papel y la publicidad es el epicentro de la contaminación. Basta con ver el contenido de las facturas de supermercados de grandes superficies: a veces superan hasta el metro de largo para informar sobre los descuentos y no la esencia de la factura. La parte más ilógica es que venden bolsas y cobran un impuesto ambiental, pero afectan con otras acciones.
Estas son algunas prácticas que hacen que sigamos consumiendo tanto papel, cuando el 64,5 % de la población tiene acceso a internet, según un estudio de We Are Social y Hootsuite (Datareportal, 2023).
La ONG Greenpeace ha señalado que la fabricación de este material ocupa el quinto lugar en el consumo mundial de energía, lo que equivale a emisión de Gases de Efecto Invernadero, responsables del calentamiento global. También influye en la deforestación, pues el 40 % de la madera talada es destinada a esa actividad. Y, aunque siempre debería ser reciclado, generalmente termina en los rellenos sanitarios mezclados con otro tipo de residuos (Docusing, 2021).
Las entidades públicas deberían contar con la capacidad de realizar la mayor parte de sus procesos de forma virtual. Aunque debe mencionarse que las normas son un obstáculo para lograrlo. En ese sentido, al Congreso le corresponde legislar rápida y asertivamente sobre la cuestión, pues es hora de que los gobernantes den un mensaje contundente –en términos ambientales- mediante una ley que cubra al sector público y al privado, que estimule el consumo razonable y se limite la utilización injustificada.
Por lo anterior, es importante buscar un equilibrio entre las herramientas que usamos día a día y el uso de las tecnologías como mecanismos de transición para ser sostenibles ambientalmente, reconociendo que estas deben ser razonables para garantizar mejores condiciones de vida para los habitantes y la competitividad del territorio, sin eliminar la generación de empleo.
Si fue positivo que desaparecieran los directorios y no los extrañamos, ¿por qué no avanzar en otras opciones?