A ladrillos, puertas y ventanas démosle una segunda vida

01.01.2024

El sector de la construcción es uno de los más importantes en Colombia por la actividad económica que gira en torno a él: es fuente de empleo (aporta cerca del 7% del total de ocupados del país) (Semana, 2021), promueve la compra de materiales, los créditos hipotecarios y puede significar la mejora de la calidad de vida de las personas -dependiendo de las obras. Sin embargo, es una silenciosa problemática ambiental que afecta nuestro planeta.

Tiene varias aristas. La ONU advirtió que en 2022 solo la operación y el levantamiento de edificios produjeron el 37% del total de emisiones del dióxido de carbono del mundo relacionadas con la energía (Noticias ONU, 2022).

El manejo de Residuos de Construcción y Demolición (RCD) también es preocupante: para el 2017 se produjeron 6,5 mil millones de toneladas de RCD mundialmente, de acuerdo con Suárez-Silgado et.al (2019) y la peor parte es que, aunque los ladrillos, arenas, baldosines, arcillas, plásticos, maderas, hierro –entre otros- son aprovechables, generalmente terminan en vertederos, causando impactos negativos en el medio ambiente.

La mala disposición de estos degrada los suelos y la vegetación. También contamina el agua, por la mezcla del recurso con los materiales, y el aire, por las partículas que emiten a la atmósfera. Además, puede alterar los ecosistemas, ocasionando el desplazamiento de ciertas especies o, en el peor de los casos, su muerte.

La previa producción de materiales requiere de recursos naturales y si posteriormente terminan enterrados o no son reutilizados, hay un doble impacto ambiental.

Sabemos que el número de habitantes en el mundo crece cada día de manera acelerada y que se concentra en las zonas urbanas. Se estima que en 2050 seremos 9.700 millones personas. Eso implica que siempre esté presente la necesidad de construir. Tener esa posibilidad cierra las brechas sociales y significa desarrollo y competitividad para los territorios.

Sin embargo, es urgente materializar políticas públicas en las que se contemple un amplio número de estrategias para hacer que ese sector pase de ser uno de los más contaminantes del planeta a ser amigable con el medioambiente, como hacer una transición hacia la construcción sostenible en la que se reutilicen ladrillos, hormigón, PVC, hierro, etc.

Además, hacer edificios de emisiones de carbono cero -como es el caso del edificio One Bryant Park, de Nueva York, en el que usan vidrios aislantes para conservar el calor durante el invierno y el frío durante el verano y las tuberías para recoger el agua de las lluvias para luego destinarla a otras tareas.

En ese paquete de políticas públicas también deben implementarse estímulos económicos a las empresas para que migren a estos procesos constructivos, como son las exenciones tributarias y abrir líneas de crédito blando para las inversiones ambientales empresariales, entre otras.

No obstante, para lograrlo es imprescindible una debida articulación entre el sector público, el privado y la academia, pues solo así todos asumirán el compromiso de incorporar criterios de sostenibilidad en las obras, a la vez que dan ejemplo a través de hechos y envían un mensaje a la ciudadanía sobre la necesidad de hacer un cambio.

La sociedad civil también cumple un papel fundamental: llamar a las empresas encargadas para hacer una buena disposición del material de construcción, en vez de tirarlo en cualquier parte, evita la degradación del aire, las fuentes hídricas, los suelos y la cobertura vegetal.

Una cosa es clara: que todas las edificaciones sean sostenibles no es sinónimo de territorios verdes, pues hay que tomar una serie de decisiones para lograrlo. Lo que sí es cierto, es que replantear la forma en la que construimos actualmente hace parte de la canasta de acciones para lograr un mejor futuro.