Sequía, un riesgo para la generación de energía
El mundo está en alerta roja. Mientras en Europa se han vivido olas de calor letal, por la que en pasados veranos han muerto centenares de personas, en Colombia se presentaron prolongados periodos de intensas lluvias que ocasionaron desastres a lo largo y ancho del territorio nacional.
El cambio climático nos pone en un estado de vulnerabilidad. Las temperaturas récords actuales no solamente han cobrado vidas, también han generado incendios voraces que han destruido miles de hectáreas de tierras y bosques que han dejado damnificados.
Ahora, ¿qué tal si imaginamos padecer ese panorama, que parece apocalíptico, en carne propia? Una de las consecuencias del cambio climático es, justamente, que los inviernos y los veranos sean cada vez más extendidos y fuertes. En Colombia, tuvimos tres años de intensas lluvias y recientemente fue declarado oficialmente el fenómeno El Niño: el calor será implacable y es posible que (además de los incendios, las altas temperaturas y la afectación de los cultivos) se disminuya el agua de los embalses, poniendo en riesgo la generación de energía eléctrica. Toda una tragedia ambiental y social.
En 1992 el país atravesó por una crisis energética debido al fenómeno del Niño que se presentó por esa época y que obligó al Gobierno a limitar el suministro de luz en todo el territorio nacional de 10 a 12 horas diarias. En 2016 el fantasma del racionamiento volvió, pero gracias a la solidaridad de los colombianos, quienes por solicitud del presidente de ese entonces decidieron apagar las luces de navidad, fue espantado.
Si en un futuro próximo los embalses se secan, ¿cuál sería la salida para proveer energía?
Cerca del 70 por ciento de la energía que se genera en Colombia proviene de las hidroeléctricas, cifra que en épocas de lluvia puede aproximarse al 100 por ciento.
Entonces, en el escenario en el que el agua acumulada se agote, la administración pública tendría que destinar millonarias sumas de dinero a la importación del recurso. Para hacernos una idea: en el primer semestre del 2020, 48 millones de dólares (provenientes de Colombia y Perú) ingresaron a Ecuador por exportaciones de electricidad, según el operador ecuatoriano de energía CENACE (2020).
La situación se agrava con el hecho de que la generación termoeléctrica –derivada de la combustión de los combustibles fósiles- deberá aumentar, acrecentando la producción de Gases de Efecto Invernadero.
Como lo he mencionado en varias oportunidades, parte de la solución para mitigar estas situaciones extremas está en cada uno de los habitantes del mundo, con acciones diarias, que aporten a la conservación del planeta, pero también es urgente que el país esté preparado para esos casos y ello implica iniciar -lo antes posible- una transición a la generación de energías limpias.
En ese sentido, vale la pena reconocer los avances que ha hecho el Gobierno Nacional en la materia, como la entrada en funcionamiento de tres plantas de generación de energía solar a la red nacional y la puesta en marcha de la hoja de ruta para impulsar la energía eólica –que empezó a materializarse con la instalación del primer parque eólico en La Guajira. Pero deberá avanzar con celeridad en el asunto y concentrar gran parte de los esfuerzos en la planificación del territorio a largo plazo, de cara al cambio climático, lo cual incluye fortalecer el transporte público, la infraestructura y las condiciones de seguridad para que las personas se anime a desplazarse de manera limpia.
Adicionalmente, y aunque las actuales capacidades de Colombia puedan ser insuficientes para generar energía a partir del hidrógeno, los ojos ya deben estar puestos ahí, pues implementarlo es una de las grandes apuestas a nivel mundial, por su eficiencia y por ser una alternativa sostenible.
El país tiene el compromiso de disminuir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero en un 51 por ciento al 2030 y también se ha sumado a la meta mundial de lograr la neutralidad en carbono para el 2050, dos propósitos muy ambiciosos que demandan voluntad política, diligencia y recursos económicos, pero pese a los enormes retos que esto representa, hacer hasta lo imposible para superarlos valdrá la pena para que a los jóvenes no les toque asumir las peores consecuencias de la debacle ambiental que cada día se hace se hace latente, partiendo de la base de que, incluso, ya se sienten.
La generación de conciencia ambiental y responsabilidad por parte de todos es el camino.