Tu casa, la cárcel de la fauna silvestre

01.01.2024

Cuando nos mencionan la palabra secuestro, a nuestra mente inmediatamente llegan las imágenes de personas retenidas expuestas al riesgo por otro u otros seres humanos, pero existe otra modalidad y es la que padecen cientos de animales que cada día son extraídos de su entorno natural para ser encerrados en jaulas, peceras, espacios confinados, casas o fincas como un triunfo a la ausencia de la razón.

Cerremos los ojos, abramos la mente y despertemos la sensibilidad para meditar detenidamente y honrar nuestra capacidad de discernir. Pensemos en una selva, con su sonido natural, que se convierte en melodía de armonía y paz para nuestros oídos, pero que constantemente está en riesgo de desaparecer por nuestras acciones como sociedad.

Imagina ser un mono Tití: obtienes los alimentos fácilmente, convives con tus pares, puedes saltar de un lugar a otro -siendo la única restricción la capacidad física propia para alcanzar puntos de difícil acceso-, te apareas, disfrutas de tu espacio, el lugar que te genera confort, seguridad y te provee cada día lo que necesitas gracias a todos los servicios ecosistémicos que allí encuentra.

Y luego, de la nada, llega el ruido de los humanos: maquinaria que tumba, quema y destruye tu casa sin razón alguna. Sientes angustia y, sobre todo, miedo, por no entender lo qué pasa. Te preguntas: "¿Por qué quieren exterminar mi hogar, si no he hecho nada para que ocurra?". Luego, cuando menos lo esperas, un humano te atrapa y arrebata tu libertad. Te guarda en un costal. Sientes calor, incomodidad. Estás desorientado, sin tu manada, en un lugar oscuro y aturdido por sonidos desconocidos. Después aparece el hambre y sigues sin comprender nada.

Una vez los captores llegan al sitio que se convertirá en tu cárcel, te instalan un collar en el cuello que limitará tu movimiento. Te alimentan con cosas que no consumes, pero el hambre te obliga a ceder: ya no comes frutas, sino pan, y el agua cristalina que tomabas en la selva ha sido reemplazada por agua de panela. Los secuestradores buscan volverse tus amigos y a ti no te queda otro remedio que acceder.

Una vez tienes confianza empiezas a brincar de un lugar a otro y las cuerdas naturales que están en la jungla son reemplazadas por muebles o estanterías que se deterioran con tus acciones. Tus compañeros de habitación no son iguales a ti físicamente y la nueva dieta no te gusta, pero es lo que hay. Los malestares estomacales aparecen y cada vez son más frecuentes, te sientes diferente, el mareo ya es una constante debido al cambio de alimentación.

Tu comportamiento también cambia: sientes euforia y estás al borde de la locura. No entiendes nada, pero ya eres así y por eso brincas de un lugar a otro sin razón alguna. A quienes ya parecen ser tu nueva manada los muerdes y muchas veces ellos reaccionan golpeándote fuertemente. A partir de ahí empiezas a ser incómodo para ellos, y sigues secuestrado; vives en un lugar al que no perteneces.

Este es uno de los miles de escenarios que se presentan a diario cuando sacamos a individuos de la fauna silvestre, como los primates, perezosos, loras, jaguares, tortugas, entre otros, de su hábitat. Retornarlos a su lugar requiere de un proceso de rehabilitación costoso, que demanda tiempo y que en ocasiones es imposible, pues han perdido sus habilidades para buscar comida. De ser liberados sin haberse realizado el tratamiento necesario para desarrollar sus facultades innatas, estarían destinados a morir rápidamente. Esto, sin contar que en muchas ocasiones las especies que no se logran rehabilitar toca eutanasiarlas o dejarlas en cautiverio para siempre.

Esta es una realidad en el mundo entero que merece atención y cuidado. Lo que describo es una historia real, pero ahora que la lees podrás hacer un símil con los hechos que marcaron el conflicto armado de Colombia, como sucedió con los secuestros perpetrados por miembros de la antigua guerrilla de las FARC a nuestros soldados y miembros de la sociedad civil, que fueron enjaulados y encadenados. 

Todos somos seres sintientes y la vida en todas sus expresiones merece ser cuidada como un bien sagrado.

Cuando estés de viaje y te ofrezcan fauna silvestre, lo mejor que puedes hacer es denunciar y convertirte en la voz de los que no tienen voz.

¡Menos palabras, más acción!