Turismo consciente, prioridad para el desarrollo sostenible
Hay sitios que se construyen con la identidad de una comunidad, y representan valores y costumbres que pasan de generación en generación (con pequeños cambios propios de la evolución) que hacen parte de la esencia de la sociedad, su genética. Esas características son tan potentes y únicas, que con ellas aflora el sentimiento de patriotismo y orgullo por pertenecer ahí, a la vez que estimula el deseo de que más personas conozcan el lugar. Pero el turismo no siempre es grato.
Los paisas levantan las manos al hablar de "la tacita de plata", cuando se refieren a Medellín y a su Feria de las Flores; los caleños, al mencionar la Feria de Cali con el sabor de la salsa; los cartageneros, al mostrar la majestuosa Ciudad Amurallada; los huilenses, al contar sobre el Festival de San Pedro, el desierto de La Tatacoa y el sanjuanero, y los barranquilleros, al dar a conocer la calidez de su gente y el famoso Carnaval. Estos son algunos ejemplos de lo colorida que es Colombia.
El turismo es sinónimo de vacaciones y flujo de dinero. Para las administraciones municipales es la puerta de entrada para exponer la cara amable de sus territorios a los forasteros, quienes –usualmente- se enamoran de esos espacios. Sin embargo, muchas veces las diferencias culturales pueden traer consecuencias que afectan el medio ambiente y el orden público.
Una evidencia de ello es el hecho de que la generación de residuos sólidos y el flujo excesivo de personas que caminan por los bosques y espacios públicos perjudican la vegetación. Además, cuando se visita el mar, el uso desbordado de agua para ducharse, la aplicación de sustancias -como los bloqueadores solares, que pueden poner en peligro los arrecifes de coral- y las basuras, contaminan el recurso hídrico. Y, ¡ni qué decir del relacionamiento con la fauna silvestre! A algunos les resulta divertido adquirir suvenires de procedencia animal, darles comida a las especies nativas –alterando su dieta- o incluso comprarlas.
Por otra parte, la situación se agrava con la llegada masiva de personas que no están de paseo, sino que llegan para quedarse por un tiempo prolongado o de manera definitiva. En Urabá, por ejemplo, han arribado haitianos, chinos y franceses, que podrían cambiar las dinámicas propias del territorio debido a la diferencia en el relacionamiento con el entorno natural y su alimentación (que implica la pesca y caza de fauna que no se consume en la nación usualmente).
Con el debilitamiento militar de la extinta guerrilla de las FARC y la posterior firma del acuerdo de paz, en los últimos años Colombia se ha convertido un atractivo turístico, lo que ha significado un estímulo a la economía nacional: según el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo (Min CIT), en 2019 entraron cuatro millones y medio de visitantes no residentes, lo que representó un aporte del 3,78 por ciento al Producto Interno Bruto (PIB), equivalentes a 24,17 billones de pesos (MinCIT, 2019).
Es legítimo que, en aras de promover el desarrollo y dar a conocer la cultura colombiana, se faciliten las condiciones para que vengan más personas. Sin embargo, es fundamental la implementación del turismo ecológico como estrategia de país.
En los aeropuertos y terminales, por ejemplo, se deberían ejecutar campañas que les muestren a los viajeros las bondades ambientales del lugar al que llegan y enseñarles cómo relacionarse apropiadamente con el entorno.
Por su lado, el Gobierno, a través de los ministerios y entidades correspondientes, podría impulsar un verdadero ecoturismo, en el que se garantice el bienestar de los locales -con ofertas de trabajo dignas y la protección cultural-, y de los ecosistemas, otorgando las herramientas para que el sector hotelero aproveche las bondades de la naturaleza para generar energía sostenible y reciclar el agua. En el caso de los nuevos residentes, se debe promocionar el respeto por el territorio.
La responsabilidad más grande la tienen los turistas, pues está en sus manos recoger las basuras que producen, ahorrar el recurso hídrico y no utilizar elementos que lo degraden, no causarle daño a la fauna silvestre y no alentar su tráfico ilegal.
Es innegable que el turismo es una gran oportunidad para Colombia. No obstante, debe gestionarse de tal manera que funcione para la economía nacional y el medio ambiente, sobre todo si se tiene en cuenta que este es el segundo país más biodiverso del mundo y que, en plena crisis climática, ostentar ese puesto es un privilegio que debe cuidarse como un tesoro.